Carta de fantasma
Me
reconocí tiempo después. El caminar apresurado, las manos frías, la respiración
imperceptible y esa sensación de blandura y transparencia cuando abrazaba a los
demás. Los de mi tipo están a medio podrir, sus músculos y huesos bailan al
compás del limbo, no pueden morirse por completo, de lo contrario estarían
enterrados junto a los que ya no tienen nada que decir. A cambio de la pizca de
vida que tengo, la constante falta de hambre y la enfermedad me cobijan, a
veces me dan arranques de gula, pero mi estómago es lo suficientemente pequeño
para rechazar las abundancias, y la salud me visita a intervalos fáciles de
omitir. No entendía bien todas estas circunstancias, hasta que la desgracia me
apuñaló tan fuerte que quise echarme a dormir por toda la eternidad. Había
conseguido un licor lo suficientemente fuerte para no despertar en años, pero
de nada sirvió. Esta condición de fantasma que llevo y que descubrí, me hizo
comprender que tendría que vivir para siempre bajo la cuerda floja, sin vivir
plenamente y sin morir por fin. No sabría decir a ciencia cierta si es una
maldición o un regalo, a estas alturas, el mundo me parece lo suficientemente abandonable
como para querer quedarme hasta el fin de los tiempos. Pero ya se me hace tarde,
los andenes y pasillos de tren me esperan. Existe en mí el deseo secreto de
arrancar de todo este ajetreo en el que me hallo inmerso, y al alejarme, ilusoriamente
con el traqueteo, creo poder perderme un momento de la realidad. Me despido con
un detalle que descubrí junto con mi identidad: El frío siempre está presente,
estamos solos, aunque nos rodeen, nos abracen y nos besen tantas personas a lo
largo del camino. ¡Tan solo imagina mi cuerpo que es imposible de retener y ser
retenido! Querido lector, cuando me veas se amable conmigo, sonríeme y cuéntame
cosas bellas, aunque sean inventos, es para hacer más ameno el destino, este
destino de fantasma que llevo dentro.
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