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Diego Caroca
Diego Caroca | Metropolitana de Santiago | 16/12/2020 00:04

Examen


Cuando supieron que el fin de semestre sería online, los profesores se juntaron para decidir 

cómo harían el examen.

Aunque querían hacerlo en una hora determinada, no era posible porque cualquiera podía tener problemas de conexión. Ellos estaban convencidos de que no iba a pasar, pero la universidad los obligaba a hacer como que sí.

Así que duraría todo el día, sin límite de tiempo… ¿Sin límite de tiempo?, ¡imposible! Muchos se opusieron, seguros de que los alumnos se andarían copiando las respuestas todo el día, porque "es lo único que saben hacer bien". Pero no había otra opción, tenían que lidiar con la copia de otra forma.




Preguntas de alternativas no, ninguna. Si hubiera, los alumnos correrían a los grupos de Whatsapp a preguntar las respuestas. Incluso si se ordenaban al azar, en 24 horas tendrían tiempo suficiente para copiarse de todas formas. Así que no, ¡no! Tendrían que ser sólo preguntas de desarrollo.

Y no cualquier pregunta: debían ser largas, de pensar y analizar la materia de arriba a abajo. Algunos profesores pensaron automáticamente en preguntas enredadísimas que conectaran ciertos aspectos muy específicos que apenas mencionaron en clase, y que no estaban en el PPT. Los alumnos deberían mencionar uno a uno. ¡Por supuesto que era una pregunta razonable!, si habían mencionado esas cosas en clases, los buenos alumnos de seguro hasta soñaban con los conceptos. Aquellos alumnos flojos que no estudiaran no sabrían contestar, y esa era justo la finalidad del examen.

Pero quedaba otro problema: ¿y si los alumnos se juntaban y se ponían de acuerdo, y se dividían las preguntas de la prueba? Ellos eran totalmente capaces de eso, y había que detenerlos. Una profesora levantó la mano y dio una idea: que la prueba no se respondiera en Word, sino en papel y los alumnos mandaran la foto. 

Si un alumno tenía dos respuestas con letra distinta, ¡copia! Copiar respuestas ya no sería tan fácil, no era copy paste; no cualquiera copiaría a mano las largas respuestas de la prueba. Problema resuelto.

¿Problema resuelto? ¡No! ¡Que no fuera tan fácil no era suficiente! ¡Debía ser IMPOSIBLE! Tenían que seguir pensando para hallar una solución mejor… ¿pero cuál?

¿Generar preguntas diferentes para cada alumno? ¡Sería maravilloso!, pero era exigirle demasiado a los profesores, que ya se habían esforzado mucho para adaptarse a lo online y no tenían energías ni tiempo para dar más… pobres de ellos.


Luego de un rato discutiendo, por fin encontraron una solución maravillosa, y ahora se preguntan por qué no se les ocurrió antes. Han creado la Prueba Perfecta.

El día del examen, los alumnos descargarán el enunciado y leerán las instrucciones generales sobre la hora, el formato y la copia. Y cuando lleguen a la prueba en sí, se encontrarán con una plana en blanco. No sólo deberán estudiar y dominar la materia al revés y al derecho para responder las preguntas, sino que deberán hacerlo a tal punto que ellos mismos sean capaces de adivinar las preguntas que tendrán que responder. 

No habrá copia que no sea evidente, ni habrá chamullo que consiga puntaje. Todos los alumnos que se esfuercen y estudien a conciencia serán capaces de sacar una buena nota; no hay excusas. Al quedarse en sus casas los alumnos la están pasando de maravilla, nadie tiene problemas de luz ni internet, es improbable que alguno se contagie, duermen por gusto para faltar a clases… Se merecen una prueba exigente.

¿Y cómo se corrige la prueba?, quizás te preguntes. ¿Van a estar los profesores revisando tantas preguntas y respuestas de los alumnos? ¡Pues no, para eso están los ayudantes!, ellos corregirán todo, y aunque hay plazo de 2 semanas, les exigirán terminar en 1. Ellos también están cómodos en sus casas, no hay problema. Si para eso son ayudantes, para trabajar como esclavos.

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