La bestia
De pronto, Susana se encontraba corriendo por la calle, entre el mar de personas, tan rápido como sus piernas se lo permitían. A sus espaldas, se oía el rugido de la bestia, que se acercaba con sus grandes zancadas.
Susana le quitó el teléfono a un transeúnte y, sin detenerse, marcó un número y llamó, desesperada. Las pisadas de la bestia se sentían cada vez más cercanas, al igual que los gritos de miedo de la gente.
El celular sonaba, pero nadie contestaba,
Sintió un golpe en su espalda y cayó al suelo sin poder reaccionar. El teléfono se le escapó de las manos y se deslizó por el concreto un par de metros más allá… ya era muy tarde. La bestia, de 3 metros de alto y pelaje blanco, apresó a Susana entre sus garras, y sus ojos rojos y sangrantes la miraron con ira. Mostró sus filosos dientes mientras preguntaba: “¿Dónde está?”.
Susana sabía que la bestia buscaba venganza…
¿Qué?, no, no. Borro la última línea del Word y me pongo de pie, necesito despejar la mente. Salgo al living, pequeño pero acogedor, en la cabaña del bosque.
La bestia buscaba venganza.
Sí, eso está mejor.
Venganza de quienes la crearon y le provocaron tanto dolor. De quienes la torturaron, la hirieron, la encarcelaron. Por eso había escapado, para cobrar venganza de todos y cada uno.
Vuelvo a mi escritorio, me siento frente al computador y sigo escribiendo.
Una vez más, la bestia corría a toda velocidad, en búsqueda de su siguiente víctima. Ya había acabado con los científicos que lo crearon y los multimillonarios que financiaron los experimentos; y ahora iba por el último y mayor responsable.
Las garras de la bestia sonaban primero contra el pavimento y, luego, sobre las rocas y la tierra; hasta que llegó a la pequeña construcción en el bosque.
Lleno de furia, arremetió contra la cabaña y destrozó el living, alguna vez pequeño pero acogedor. Ahora dirige su vista al fondo, a la puerta que da al escritorio y al computador, frente al cual estoy sentado yo, el creador de su sufrimiento. Yo soy su última víctima.