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Diego Caroca
Diego Caroca | Metropolitana de Santiago | 16/12/2020 00:12

El asesino de la playa


La detective se agachó sobre el cadáver, el tercero de la semana. El asesino de la playa mataba como un profesional: mismo patrón de puñaladas, víctimas al azar, a plena vista y sin testigos. 

Los policías ya se estaban dispersando por los alrededores, con algo de suerte encontrarían una pista.


En el otro extremo de la playa, la asesina alzó la vista con disimulo. A su alrededor todo lucía normal, nadie parecía fijarse en ella… pero no podía relajarse, la policía llegaría pronto. Agachó la cabeza y siguió caminando.


La asesina golpeó la puerta una vez más, con la respiración agitada. Por poco había escapado de la policía, pero sus problemas estaban lejos de terminar.

Francisco abrió, y ella entró antes de que él pudiera decir cualquier cosa.

-Necesito quedarme aquí esta noche, estoy en problemas-.

Era un viejo amigo de ella, confiaba que aceptaría sin hacer demasiadas preguntas.

-¿Tiene algo que ver con las muertes en la playa?-.


El asesino de la playa aparecía todos los años en la misma fecha, asesinaba a un par de personas y se esfumaba completamente. Nadie sabía nada de él, su sexo, su edad, su raza, nada, era como un fantasma.

La detective llevaba sólo unos meses investigándolo, y eso no ayudaba mucho. Además, estaba esa leyenda de que todo aquél que lo investigara, desaparecía durante los ataques y no volvía a ser visto sino hasta el año siguiente, como una nueva víctima. Al parecer, llevaba pasando mucho tiempo, y el cuerpo del último detective aún no aparecía.


-Sí-.

-¿Qué pasó?-.

La asesina miró a su amigo fijamente a los ojos. No le diría la verdad, pero una pregunta revolvía su cabeza: ¿Por qué mató a ese hombre en la playa? Ni siquiera ella lo entendía.

-Yo…-.


Al día siguiente, la asesina le pidió el teléfono a un transeúnte y llamó a la policía: “Hay un hombre muerto en Ramírez 1729, se llamaba Francisco”. Colgó, devolvió el teléfono y se alejó, como si nada estuviera pasando.

Luego de un rato, la policía encontraría el cuerpo, vería las puñaladas y sabrían que fue obra del asesino de la playa. No quiso matarlo, pero tampoco pudo resistirse; quizás era su destino.


La detective le gritó a todo policía que se encontró. ¿Cómo había podido el asesino entrar a una casa y asesinar al dueño sin que ningún vecino lo notara? ¡Con razón lo llevaban persiguiendo tantos años! Era la cuarta víctima, en el quinto día de la semana; se les acababa el tiempo antes de que desapareciera.


La asesina iba a huir, sí, se iba a largar de ahí para no volver jamás.

-No puedes escapar-recordó las palabras.

¡Por supuesto que podía! Había agarrado dinero de la casa de su amigo, sólo tenía que conseguir un poco más y se iría. ¿Y si tenía que matar para ello?, temía no poder resistirse otra vez.


El viernes la detective lo pasó en la playa, vigilando.

Al cabo de unas horas, un hombre se le acercó, y cuando estuvo suficientemente cerca, distinguió el puñal en su mano y la hoja escondida en el bolsillo, era el asesino de la playa. Pero al alzar la vista a su rostro, se paralizó.

Conocía a ese hombre.


La asesina tomó un bus y se fue lejos, a un pueblo pequeño. Con el paso de los meses, se forjó una vida sencilla pero, cuando estaba por cumplirse un año de su partida, sintió curiosidad. ¿Acaso podía evitarlo? Esa misma curiosidad la arrastró de vuelta a la ciudad, la semana en que el asesino de la playa volvería a aparecer. Y esta vez, quizás sería capaz de detenerlo.


La detective conocía a ese hombre, había visto imágenes suyas. Era el detective a cargo del asesino de la playa el año anterior, hasta que desapareció en medio de los asesinatos. Ahí estaba, no muerto, sino con el puñal en la mano.

-No te muevas-le dijo, con la mano en el cinto-. Eres el asesino de la playa, y ahora serás arrestado-.

-¿Arrestado?-el hombre lucía extraño, ansioso-. No, no, no. ¿Tú crees que una prisión me detendrá?, saldré sin que te des cuenta y continuaré matando, y lo haré todas las semanas, todos los meses-se acercó un poco más y le susurró-. Porque no puedo contenerme-.


La asesina recorría la playa con desesperación, era el primer día de la semana y esperaba toparse con el asesino. El tiempo avanzaba, hasta que no muy lejos, la asesina distinguió a alguien: un hombre con mirada sospechosa y el rostro completamente tapado. Debía ser él, ¡debía ser él!

No lo pensó dos veces.


-Eso no va a pasar-.

-La única forma de evitarlo, es que me mates-.

El asesino de la playa le tendió el cuchillo. Ella lo tomó, pero sin intención de usarlo.

-Mátame, y salvarás a muchas personas. Pero si no lo haces, esas muertes caerán sobre tus hombros… Creo que mi próxima víctima será un niño, ¿no te parece? Tan inocentes… lo disfrutaré-.

Esas palabras gatillaron algo dentro de la detective, y no pudo contener su reacción. El cuchillo se deslizó por el abdomen del asesino hasta el tope, y él dejó salir un quejido mezclado con una risa.


La asesina llegó frente al hombre sospechoso y, sin decir nada, le tapó la boca y lo apuñaló. Sabía exactamente dónde hacer cada herida, con cuánta inclinación y cuánta fuerza, lo estudió por meses cuando fue detective a cargo del caso… hasta que asesinó a alguien y se vio obligada a huir. 

-¿Ves?-le preguntó el hombre con dificultad-. Asesinar no es tan malo-.

¿Qué había hecho?

-No te preocupes-continuó él-. Igual que tú, yo sólo quería atrapar al asesino. Pero el año pasado, cuando ese hombre llegó con un cuchillo y dijo esas horribles cosas, no pude contenerme y lo asesiné. Me hice pasar por el asesino de la playa, y me acabé convirtiendo en él. Huí y viajé lejos, pero la curiosidad me hizo volver, para saber si el verdadero asesino de la playa aparecería, si esta vez podría detenerlo… y apareció, pero no era otro, sino yo. Volví a asesinar, y ya no pude contenerme-.

-Y ahora, es tu turno. Yo no sobreviviré, así que serás mi asesina, ¿qué será de ti entonces? Tu única escapatoria es huir y volver a intentarlo el próximo año, por si el asesino aparece esta vez. Quizás logres detenerlo-.

El asesino tomó el cuchillo, lo sacó y se lo volvió a insertar, pero en otro lugar. Lo repitió hasta que el patrón de heridas estuvo completo, hasta que pareciera un crimen del asesino de la playa.

-Huye de la policía. Pero del asesino, de tu obsesión con él, no puedes escapar-.


La asesina, alguna vez detective de la policía, inflingió la última herida, miró al hombre a los ojos y advirtió su error. Su mirada no era la de un asesino, sino la de un hombre común y corriente muerto de miedo.

El asesino de la playa había vuelto, pero era ella.


Al día siguiente volvió a matar, ya no para encontrar al asesino, sino casi por gusto. Debía parar, pero no era capaz de hacerlo, no, necesitaba que alguien más la detuviera.

Por eso, el día viernes ella fue a la playa y esperó a que el nuevo detective apareciera. Entonces se acercó, cuchillo en mano, para morir; y le dijo todo lo que el detective y asesino que le precedió le dijo aquella vez, exactamente un año antes.

Se autoinflingió las heridas y le dijo que corriera. Y mientras lo veía correr y se desangraba, encontró paz. Ya no era un peligro para la gente, y ya había alguien persiguiendo al verdadero asesino de la playa… ¿había uno verdadero?

El nuevo detective mataría, huiría, regresaría y volvería a matar; igual que ella y todos los que vinieron antes. No había un asesino de la playa, sino una maldición y muchos detectives que, una vez mataron, ya no pudieron contenerse.

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