Los remedios de mi abuela
La primera vez que Isabel fue a la playa después de un agresivo tratamiento contra el cáncer, sintió como si naciera de nuevo. Ver las olas y su predecible ir y venir la emocionaron tanto que cayó de rodillas sobre la arena negra. Su hija y su yerno la levantaron con cuidado y la acomodaron en una silla plegable. En la costanera una niña de seis años presenció con asombró la escena y le preguntó a su padre por qué esa mujer se había caído de esa forma, y por qué la mujer más joven lloraba detrás de la silla de su madre mientras el hombre la acariciaba. Rayén no recibió ninguna respuesta, pero al llegar a su casa le contó a su abuela y a su hermano lo que había visto en la playa. Su abuela que en ese momento pelaba papas para la cazuela le dijo que seguramente la mujer estaba enferma, que era algo normal enfermarse, sobre todo cuando las personas son mayores, y que quizás por eso perdió el control y cayó de esa forma. Joaquín, que ya a los 16 años había presenciado varias escenas dramáticas le dijo a Rayén en voz baja que cuando murió el abuelo, su abuela había caído de rodillas en la sala de esperas del hospital y luego había gritado su nombre y llorado sin parar durante horas. Pero a Rayén ninguna de las explicaciones le hizo sentido, ella sabía que la mujer de la playa había visto algo en medio de las olas, y fue ese algo fue lo que la hizo caer. Empeñada en descubrirlo le pidió a su padre que las salidas de fin de semana fueran únicamente a la playa, atrás quedaron las salidas al mall o a la plaza, Rayén solo quería pasear por la costanera a la misma hora en la que había presenciado la escena que tanto la obsesionaba, pensaba que si la veía nuevamente le preguntaría cómo está y si la respuesta de esta fuese que está enferma, le entregaría un sobre con remedios que había recolectado en casa de su abuela.