Amor de un viaje
Como siempre me subí a la micro, eran casi las 11 de la noche ¿qué hacía yo de adolescente en Valparaíso a esa hora? No me pregunten, por que no quiero acordarme. Me subí a la micro, a estas alturas ni me acuerdo dónde, solo sé que me subí e hice lo de siempre: me puse audífonos y empecé a escuchar música. En esa época era dark, así que, a pesar de no recordar qué estuve escuchando ese viaje, puedo suponer que pasé por Nirvana, Tokio Hotel, My Chemical Romance o Guns and roses; bandas que aún coreo de vez en cuando (en secreto obviamente, pues hay una mi imagen, de adulto que superó la oscuridad interior, que proteger….claramente.
Me había abstraído tanto en mi música y pensamientos infantiles que no noté cuando pasamos por la Santa María. El chofer se quedó parado sin motivo largos minutos y como había pagado escolar, no tenía ninguna opción más que esperar en silencio que se le frunciera apretar el acelerador. Estaba observando el horizonte, cuando reparé que un muchacho me estaba mirando. De inmediato me di cuenta que él había pensado que lo estaba espiando, pues irguió la cabeza desafiante y comenzó a buscar mis ojos, para intimidarme o algo… Decidí sostenerle la mirada porque, solo hay una cosa que me molesta más que ser desafiada erróneamente, y eso es quedar como polla frente a un desconocido alzado.
No contaba con que la micro se quedaría allí más de cinco minutos, pero fiel a mi carácter indomable, me mantuve impertérrita, sin siquiera pestañear durante largo tiempo. ¡Antes muerta que demostrar debilidad ante un egocéntrico que piensa que todas lo miran! Pero, y para mi mala suerte, mi rival había decidido hacer lo mismo, aún sabiendo que él tenía la posibilidad de rendirse o desplazarse hacia cualquier otra parte, pero no…
Decidí subir las cosas de nivel y darle una señal aún más amenazadora, pero ¿cómo si no podía permitirme desviar la mirada? Me quedé aún más quieta que antes, y cuando parecía que podía ver a través de sus ojos verdes (eso me parecieron pero como era de noche, nunca lo sabré), le levanté una ceja. Sin poder contener la risa, mi enemigo soltó una carcajada. ¡Victoria! Paradee sin culpa y le sonreí al egocéntrico que acaba de vencer con una técnica infalible ¿quién no queda sin gracia cuando le levantan una ceja? Él me sonrió de vuelta y me apuntó mientras asentía, presentando sus respetos. Volví a sonreír y me quedé pasmada ante semejante visión.
Al percatarme que alguien me estaba haciendo señas para comprobar si lo estaba mirando, olvidé por completo observar a mi contrincante, pero una vez pasada la tensión me di cuenta que él era egocéntrico por una razón, y es que nunca había visto a un hombre más guapo. Estaba saliendo del castillo y se veía serio y callado, pues no interactuaba con ninguno de los grupos que estaban a su alrededor. Me quedé atónita ante la aparición y justo cuando parecía que ambos habíamos empezado evaluar al contrario, el motor de la micro rugió y la máquina comenzó a andar.
Me invadió la desesperación de la mudez, y es que aún había tanto que decir ¿cómo te llamas? ¿qué estudias? … Pero no, la micro había partido y yo me había quedado sin ningún tipo de respuesta. Me frustró el saber que no volvería a ver a mi amigo, a pesar de estar separados por tan solo unos pasos, eso era un adiós definitivo. Si hubiera sido otra, me habría bajado y le hubiera dicho que nos tomaramos algo o le hubiera dado mi número, pero no, era muy polla como para pensar siquiera en hacer algo como eso. Me conformé con la timidez y me entregué al olvido y al recuerdo de haber conocido a tan soberbia pintura.
Un par de metros más allá, el chofer volvió a trancarse y yo, me sobresalté al descubrir que el cabro de la Santa María había caminado hasta encontrarnos nuevamente, frente a frente, ojo a ojo ¿qué es esto? ¿qué quieres de mí? quise gritarle, pero en lugar de exigirle una explicación, solo sonreí y volvimos a mirarnos el uno al otro sin ser capaces de decir una palabra, pues aunque hubiésemos querido, los amores de micro son una realidad de la que nadie habla y solo están destinados al silencio y la nostalgia.
Volvieron a pasar un par de minutos de suspenso, el mundo se había congelado, y es que en ese momento fuimos algo que aún no es posible definir: compartimos la curiosidad y la añoranza, un juego, un coqueteo, el vencer y ser vencidos; y así como si nunca hubiésemos existido, por fin el chofer partió de forma definitiva, más apurado que nunca, pues había visto pasar al mismo número por el lado. Nosotros, nos miramos hasta que ya no pudimos y así por segunda vez en la noche, se me rompió el corazón.
Ya siendo viuda y asumiendo que jamás volvería a verlo, seguí mi viaje reflexionando sobre aquel recuerdo dudoso “¿habrá sido cierto?”, por supuesto, tomando la voz de Bill Kaulitz como banda sonora del momento desgarrador que acababa de vivir. Aún así me mantuve digna. Es que una sabe que se arriesga a esas cosas cuando se sube a una micro y está viciada en el drama. Miré por la ventana el resto del camino imaginando todo lo que podríamos haber vivido si tan solo hubieran sido otras las circunstancias . Imaginé las risas, las citas, las comidas familiares y la inminente ruptura que hubiéramos tenido. Al final, lo nuestro no hubiera funcionado, pues el amor de un viaje siempre tiene fecha de caducidad.
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