Gaviotas de papel
Gaviotas hechas de papel,
sobrevuelan la ciudad, o lo que
queda de ella.
Ya todos saben cuál será el
final, en aquellas alas llevan la verdad.
La capital grisácea expele ese
adictivo aroma a combustible quemado que alimenta los sueños.
Ellas, serpentean bifurcaciones
estructurales, edificios interminables, con interminables palomas y su
excremento, configurando el preciso escenario
de la buena depresión.
Avanzan y se observan en aquel
espejo gigante que rápidamente las invita a huir por la incomodidad del sol
reflejado.
Buscan alivio en el río,
mágico y solitario. Aquel espacio
abandonado y amado que permite la reflexión y la habitación de aquellos a los
que la ciudad exilió.
Continúan sin parar,
no hay tiempo para descansar,
necesitan recorrer toda aquella fantasmagórica urbe. Ven montañas, rodeadas están
de montañas, son de cadáveres, que intentaron escapar, pero solo lograron un
espacio en aquel verde prado comercial del eterno descansar.
A cima logran llegar,
pareciera haber paz, un segundo
de aquella anhelada piedra preciosa. Justo antes de poseerla, un ruido constante
y canoso, termina por convertir en agraz la visita inesperada: aún no es el
momento, todavía no ha llegado la redención del alma atormentada.
Gaviotas hechas de papel,
de un blanco y eterno papel,
recorren la ciudad; las poblaciones llenas de enfermedad y solidaridad. De
delincuencia y amabilidad, de niños en estado de putrefacción, sin ninguna otra
solución que la mala educación, una apuesta llena de riesgo e ilusión.
Termina el peregrinar,
nada se llevan, al parecer este
viaje fue solo entregar, aunque nadie se los agradecerá.
Apuntan a su destino final, el
sol y más allá. Baten y baten sus alas, esperan pronto llegar, unos pocos kilómetros
y se comienzan a desintegrar, pareciera que comienza su descansar, pero,
mientras descienden sus cenizas, se comienzan a juntar y reconstruyen sus
bellas alas, abren los ojos, comienzan a volar:
Gaviotas hechas de papel,
recorren la ciudad, una vez más.
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