Soledad
No quiero escribir con rabia sobre usted, por lo que le daré un trato como el que le daría a una invitada inesperada. Empecemos, en primer lugar ¿Qué causa en mí con sus visitas inoportunas?
Enojo.
Rabia.
Pena.
Inseguridad.
Miedo.
Inestabilidad.
Todo lo que he escrito, tiene un contexto negativo. Su presencia siempre ha causado lo mismo en mi ser. Sigo sin llamarla y usted sigue tocando a la puerta de mi persona.
Creo que no entiendo lo que es su significado. Tampoco existen ganas o motivos para que eso pase. No deseo comprender qué eres.
Confieso que admiro a aquellas personas que logran disfrutar de su compañía, porque sé que yo no puedo hacerlo. Con regularidad, cuando conozco personas nuevas y les pregunto sobre lo que piensan respecto a usted, ruego para que sus respuestas sean similares a las mías y así entendernos mejor. Estas suelen ser positivas o de poca importancia sobre el tópico, por lo que vuelvo a mi rara coexistencia con usted.
¿Será entonces que aborrezco su compañía porque no existen buenas experiencias en mi pasado?
Pienso en mi infancia y reconozco su presencia estando allí. Estuviste ahí cuando quien me engendró tomó la decisión de abandonarme y cada mañana que mamá salía a trabajar. Me acompañaba desde aquel entonces en el cual no era capaz de escucharle o darme cuenta de los daños que deja su presencia. Ahora que soy consciente, puedo afirmar que usted habla y daña.
Siempre mi cerebro cae ante su juego, logra manipular mi cerebro y así controlar mis emociones. Termina por apagar cada luz que vive dentro mío, dejando mi interior turbio.
Lo peor de todo, indeseada señora Soledad, es su vivir perpetuo. No dejará de existir jamás. Usted me hará compañía hasta mi final. Definitivamente creo que mi relación con usted es la más duradera y tóxica que podré experimentar en esta realidad.
Nunca he pedido su compañía, lo debo confesar. Confieso también que disfruto su compañía sólo cuando estoy gris por deseo propio. Ahí hace algo de buena compañía.
Al parecer mío, creo que quizás usted tenga parentesco con alguien a quien llamo rechazo y otro conocido como apego. Aquellos seres han causado sensaciones y me han controlado de la manera que usted obra.
Señora Soledad. ¿Realmente existe? ¿Soy yo quien actúa de manera inhóspita en contra suya y le ofendo? ¿Será que desea enseñarme algo?
Por favor, apiadase de mí y responda las interrogantes, deje de hablarme cuando no lo deseo y hágalo ahora.
Es increíble que aunque sea tan indeseada su presencia, termine por causarme tanta inspiración y termine escribiendo sobre nuestra relación.
Al momento que me encontraba escribiendo esto, me encuentro en una plaza con gente que me rodea, siento su compañía. Nadie puede descubrirla, pero yo sé que estuvo usted ahí conmigo.
Quizás pueda ser que sí hayan personas que lograron descubrir que usted estaba allí. Considero que aquella mujer que miré hace unas horas atrás, pudo haber notado su presencia y que puede que le conozca. Se veía algo apagada, quizás estuvo haciendo en ella lo que sabe hacer conmigo. La diferencia está en que la acompañaba un perro y lo acariciaba con tanto aprecio, quizás así intentaba bloquear sus efectos en ella misma con aquel acto. Me retracto, creo que no está nada sola y definitivamente conoce sobre lo que es tener su presencia.
Le detesto.
Discúlpeme usted aquella abrupta intervención, prometí no tratarla mal, pero en ocasiones rompo las promesas que hice hace un rato.
No es nada contra su mera existencia, Soledad. Es solo que cuando usted está conmigo, nada está claro en mí y solo divago.