Ida al cielo
Emily
despertó de un sueño ¿quizás? Ella no lo sabía, lo único que daba por seguro
era de que se encontraba recostada sobre el patio de su casa de campo usando un
vestido veraniego amarillo pastel y unas sandalias. Estaba sin compañía,
observaba como las nubes iban y venían producto del viento. Luego, vio como una
nube caía, ella extendió su brazo hacia el cielo para poder tocarla y en
efecto, ella la tocó. Sintió una extraña sensación, como humedad y suavidad. Al
rato, otra nube la rodeó y así las nubes la acorralaron. Emily no se sentía
mal, al contrario, sentía pureza, tranquilidad y por qué no decirlo, paz. Se
sentía en armonía total y las nubes eran la causa de ello. Después, como si los
algodones tuvieran alguna especie de somnífero, Emily volvió a cerrar los ojos.
En su sueño se vio a ella volando por el vasto cielo, inmenso de nubes. Se dio
cuenta de que la suavidad que sentía era porque ella estaba sobre uno de los
algodones blancos. Miró hacia abajo y el vértigo no la mareó, sino que le
produjo una sensación de bienestar. Cuando abrió los ojos, se percató de que no
estaba en el patio de su casa, sino que se encontraba en el aire rodeada de los
algodones y se sorprendió al no caerse en lo absoluto, se notaba que era un
sueño, pero ¿definitivamente lo era? Pasaron unos minutos y su confusión se fue
dispersando porque había algo más sobre ella, era un tierno arcoíris que moría
por atravesar. Ella volaba sobre el algodón, atravesó el arcoíris y lo sintió. Experimentó
el empoderamiento de los colores sobre ella, además de que cada color le transmitió
algo más, como imágenes del pasado, presente y futuro. El rojo, por ejemplo, le
mostró imágenes de su pasado, que no eran más que vivencias de su infancia, el
color verde le mostró imágenes del presente que reflejaba su andar por la universidad,
y el violeta le enseñó fotos de su futuro, por lo que, se vio a ella recibiendo
su título y estaba junto a un muchacho. Sí, debía ser ese chico de la universidad
que le quitaba el sueño. Después, Emily pensó en cómo existió un arcoíris si no
había rastro de lluvia ni de sol, entonces al ir avanzando por el cielo se
percató de que las nubes se apartaron del sol y éste salió de su escondite en gloria
y majestad. Pero la lluvia no se hizo esperar, ya que, al seguir volando unas
finas gotas de lluvia la atacaban tiernamente, pero ella no oponía resistencia.
Era una agradable sensación, como si la golpearan pequeñas chispas de agua.
Nada de que preocuparse. Así, volvió a cerrar los ojos por unos segundos y al
abrirlos se encontró nuevamente recostada en el patio de su casa.