El sueño integrado
«Un espeso velo recubrió sus ojos verdeazulados. Se
derramó sobre su mirada la impresión vaga de un horror latente y desconocido.
Le otorgó un carácter melancólico, huidizo y variable. Observaba las cosas pero
no las veía. Escuchaba lo que le decía pero no me oía. Algo había entrado en su
mente. La sombra incierta de una enfermedad terrible. Y su cuerpo, poco a poco,
también cedió a la misma silenciosa desesperación»
«En
realidad fue algo devastador. Mientras estábamos hablando durante la noche,
solos, bajo el suave resplandor de un pequeño conjunto de aromáticas velas e
inciensos que ardían sobre la mesa de centro se desencadenó este incidente. De
súbito, no obstante, en tanto la miraba fijamente se quedó inexplicablemente quieta,
como una estatua de hielo, reclinada en el sofá con los dedos crispados, la boca
tenebrosamente abierta y con los ojos perdidos en algún punto del techo. De su
garganta escuché sonidos casi inaudibles, súplicas, murmullos. Y en tanto que
el tiempo transcurría y sin saber qué decir fui sintiéndome morbosamente
invadido por una atroz presencia»
«Sin
saber muy bien qué hacer me levanté y fui hacia ella. Toqué sus brazos y su
rostro. Luego fui al baño a buscar un poco de agua y aproveché de enjuagarme la
cara. De alguna forma la pesadez que había invadido mi alma ya no podía
soportarla. Me di cuenta, al mirarme al espejo, que mi propia mirada se había
transformado. Mis ojos despedían un brillo inerte y vacío, como consumido en
alguna especie de líquido mortal. Mi cuerpo a cada instante se hacía más pesado
y denso. Volví sobre mis pasos con una potente sensación de mareo hacia la sala
de estar, apoyándome precariamente de la pared. Cuando penetraba en la sala
sentí como una masa invisible y abrumadoramente voluminosa me cayó encima,
comprimió mi cuerpo entero y me sometió de bruces en el suelo»
«Traté
de gritar, angustiado, al borde del terror más espantoso. Apenas podía
comprender lo que ocurría. Alcé la mirada y me encontré con la expresión
lánguida e inanimada de Alicia. Había muerto. Y no quedaba mucho tiempo para
que yo también falleciera»
«Con
toda la fuerza de mi voluntad, sintiendo sobre el cuerpo bajo aquella presión descomunal,
giré y quedé boca arriba. El cielo se abrió se pronto. Se difuminó el espeso
velo de mis ojos. Me desprendí de las sábanas que tapaban mi rostro, y al
incorporarme me encontré jadeando en mi habitación»
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