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Iago Ihüen
Iago Ihüen | Metropolitana de Santiago | 17/02/2021 23:05

El sueño integrado


         «Un espeso velo recubrió sus ojos verdeazulados. Se derramó sobre su mirada la impresión vaga de un horror latente y desconocido. Le otorgó un carácter melancólico, huidizo y variable. Observaba las cosas pero no las veía. Escuchaba lo que le decía pero no me oía. Algo había entrado en su mente. La sombra incierta de una enfermedad terrible. Y su cuerpo, poco a poco, también cedió a la misma silenciosa desesperación»

            «En realidad fue algo devastador. Mientras estábamos hablando durante la noche, solos, bajo el suave resplandor de un pequeño conjunto de aromáticas velas e inciensos que ardían sobre la mesa de centro se desencadenó este incidente. De súbito, no obstante, en tanto la miraba fijamente se quedó inexplicablemente quieta, como una estatua de hielo, reclinada en el sofá con los dedos crispados, la boca tenebrosamente abierta y con los ojos perdidos en algún punto del techo. De su garganta escuché sonidos casi inaudibles, súplicas, murmullos. Y en tanto que el tiempo transcurría y sin saber qué decir fui sintiéndome morbosamente invadido por una atroz presencia»

            «Sin saber muy bien qué hacer me levanté y fui hacia ella. Toqué sus brazos y su rostro. Luego fui al baño a buscar un poco de agua y aproveché de enjuagarme la cara. De alguna forma la pesadez que había invadido mi alma ya no podía soportarla. Me di cuenta, al mirarme al espejo, que mi propia mirada se había transformado. Mis ojos despedían un brillo inerte y vacío, como consumido en alguna especie de líquido mortal. Mi cuerpo a cada instante se hacía más pesado y denso. Volví sobre mis pasos con una potente sensación de mareo hacia la sala de estar, apoyándome precariamente de la pared. Cuando penetraba en la sala sentí como una masa invisible y abrumadoramente voluminosa me cayó encima, comprimió mi cuerpo entero y me sometió de bruces en el suelo»

            «Traté de gritar, angustiado, al borde del terror más espantoso. Apenas podía comprender lo que ocurría. Alcé la mirada y me encontré con la expresión lánguida e inanimada de Alicia. Había muerto. Y no quedaba mucho tiempo para que yo también falleciera»

            «Con toda la fuerza de mi voluntad, sintiendo sobre el cuerpo bajo aquella presión descomunal, giré y quedé boca arriba. El cielo se abrió se pronto. Se difuminó el espeso velo de mis ojos. Me desprendí de las sábanas que tapaban mi rostro, y al incorporarme me encontré jadeando en mi habitación»


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