Los Fantasmas de Ebenezer
El relato que a
continuación pasó a transcribir es breve. Terriblemente breve para la
naturaleza de los hechos que en él se describen. Su autor, un joven llamado
Ebenezer H. lo escribió momentos antes de morir. Y si bien es cierto que este
individuo padecía un tipo especial de demencia desde hace unos años, que se
había intensificado en los últimos meses, estoy seguro que su muerte no se
debió únicamente a un trastorno psiquiátrico. ¡Qué Dios me juzgue si me
equivoco al declarar que sobre este pobre muchacho actuaron fuerzas, fuerzas
siniestras y desconocidas que lo llevaron al límite de sus energías y a una
muerte horrenda y espantosa!
Están aquí, a mi
alrededor. No soy capaz de verlos, pero puedo sentirlos. Los siento claramente.
Me basta cerrar mis ojos para que su presencia infernal me abrase, para que sus
gélidos cantos endemoniados destrocen mis tímpanos con sus terribles alaridos.
Cuando leí el libro, ese
despreciable libro de Clisaurus Barbatos, nunca llegué a creer que la simple
lectura de las oraciones que contenían conjuros y fórmulas para invocar bestias
de otros planos iban a dar resultado. ¡Dios mío! ¿¡Pero qué es lo que estaba
pensando!? Mi gato los sintió primero. El pobrecito maulló una sola y única vez...
Y explotó... ¡Sí! ¡Tan real como lo digo! ¡Explotó! ¡Estalló en mil pedazos!
Sus órganos volaron por la habitación y una impresionante marca de sangre quedó
estampada en la pared. Con los ojos llorosos recogí lo que quedó de su cadáver y
lo enterré. Y cuando volví a mi casa supe que lo que había invocado no
descansaría hasta ver devorado mi cuerpo.
Ahora, mientras escribo estas líneas, el fuego de la chimenea
parece arder dentro de toda la habitación. Una sensación abominable me consume,
como si las llamas se adhirieran a mi cuerpo. Me queman por dentro y por fuera.
De mi mano, empuñada sobre la hoja, parece surgir alguna clase de humeante
vapor. Creo que es todo. Se desplazan en el calor. Mi temperatura debe ser de
más de 40º. Creo que voy a desmayarme. Morir sería mejor. Veo al demonio... Lo
veo. Crece con el fuego y con el miedo. Estas son mis últimas palabras. ¡Dios!
¡Ten piedad de mí!
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