Las uvas podridas
Todos querían probarlas porque tenían fama de dulces. Eran las más grandes de la Villa o al menos del pasaje, decía ella, que contaba la historia una y otra vez con los ojos brillantes. "Aquí cualquier casa tiene una parra, por eso andan tantas arañas", agregaba a su relato de domingo en almuerzos familiares, mientras se secaba las manos del agua con cloro imaginaria por el aseo que ya no hacia, en la pintora con los bolsillos descosidos porque había de todo adentro, menos lo que buscaba.
- Qué busca tango eñora?
- Nada, mijo, nada.
Ahí estaban todos, sentados a la mesa. Los nietos la escuchaban atentos, porque venía su parte favorita.
"Entonces salíamos a tomar la uva. Las manos nos quedaban todas pegoteadas y se nos subían las arañas. Un día sentimos un mal olor y andábamos buscando un pájaro muerto, mi papá nos decía que eran las uvas podridas pero no le creímos na porque como tan re fuerte. La Martita, tu tía abuela de Santiago, llegó a vomitar. Paré que nunca le gustó el sure y por eso se fue cascando. Y no aparecía na el pájaro y nos estábamos asustando, porque dicen que cuando hay malos olore es porque tiraron tierra de cementerio pa hacer un mal.
Un día no se sube tu tío Pato y empiezan a caer las uvas podridas, una por una Taitita Dio. ¡Hasta gusano tenían!
Ahí estaba la madre del cordero, tenía razón el viejo. No había ná que espantarse tanto. Mire la tontera. Cuando la uva se pudre queda la hediondez más grande".
Ahí estaban todos, sentados al borde de la cama. Con esfuerzo abría los ojos. Las hijas lloraban, los hijos se contenían. Los nietos la escuchaban atentos, porque venía su parte favorita.
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