Paisaje hogareño

El tercer sábado de este nuevo año, pleno verano. El calor se mete a la casa con mayor facilidad que la lluvia durante el invierno. El Cristián, cincuentón abatido por la desilusión, está echado en el sillón, sin polera, con pantalones cortos y chalas. Bajó la Samsung de 52 pulgadas para mirar documentales o alternar con música urbana. Mientras prende un pito intenta concentrarse en lo que dicen en la pantalla pero afuera, en el patio techado, los niños juegan taca taca y hacen ruido. Cállense, les grita. Eduardito, ¿pueden hacer menos ruido, por favor? Bueno, le contesta el niño asustado, por la voz ronca del Cristián, pero los gritos continúan y los goles en el taca taca cada vez se celebran más, a medida que alguno de los jugadores se acerca a los diez puntos. Cállense weones, dice ahora el Cristián. Los niños lejos no alcanzan a oír. Cállense po weones, grita, parado en el umbral de la puerta, a guata pelá, con el vaso de pilsen en una mano y el pito en la otra. Cuando disminuye el ruido se alcanza a distinguir las voces que emergen de la pantalla, hablan sobre el fundamentalismo en medio oriente.