Las alas de la medianoche
«Una
sombra extraña, matizada por la suave brisa del viento, apareció en el umbral
de la puerta de mi cuarto cuando, al alzar la vista, hacia una pausa en mi
jornada de escritura. Llevaba escribiendo cerca de tres horas, engolfado en una
actividad por poco infructuosa, con un movimiento mecánico de mi mano y de mi
brazo; inclinado suavemente hacia adelante, sosteniendo mi humanidad en una
compleja postura con mi otro brazo encima de la mesa y la espalda encorvada, vi
la hora y me asombré ante lo tarde que ya era. Medianoche. La hora en la que
los fantasmas emergen del inframundo»
«En
esto estaba cuando, repito, mi atención se salió de los complejos escenarios
fantásticos en los que se desarrollaba; de sus insípidos mares negros y
desiertos de arenas rojas como la sangre, para caer en la silueta amorfa y
abrumadoramente horrorosa que se extendía justo bajo el marco de la puerta. Pasé
la mirada por la exigua decoración del muro vagamente iluminado por la
menguante luz de la lámpara; aquella misma luz que proyectaba siniestras formas
en derredor, que las hacia descender desde el techo en ondulantes movimientos;
pero ninguna era tan sugestivamente espantosa como la que surgía extendida bajo
el umbral»
«Cerré
mis ojos y los volví a abrir, en un esfuerzo por descubrir si lo que veía era
cierto o no. Inmóvil me quedé y muy aterrado también por cuanto observé que tenía
en su carácter general el familiar parecido de una persona, con la horrible
excepción de unas características imprecisas —algo así como una gran aleta
dorsal— y una cabeza inflamada y grotescamente grande en comparación a su
cuerpo. Tales características, horrendas en su deformidad, aun me hacen
estremecer tan solo recordar»
«Hice
caso omiso a la advertencia por demás extraordinaria de esta aparición. Me
encomendé a Dios y volví a sumirme en mi concentrada labor de creación. Cerca
de diez minutos pasaron. Entonces, de forma súbita y relampagueante un viento
gélido, monstruoso y antinatural, como el que dos alas inmensas podrían
provocar, me impactó con toda la fuerza de un huracán»
«Asombrado,
aparté con exaltación el descorrido velo del horror y me puse de pie,
temblando, con la mirada fija en el umbral esforzándome patéticamente por
parecer firme. ¿¡Quién anda ahí!? Exclamé horrorizado, con toda la potencia que
mis afectados nervios me permitían. Sobrevino una corriente de intenso silencio,
abrumador, tan potente que acrecentó de forma opresiva mi corroída sensación de
terror. Tragué saliva y hube de apoyarme en la mesa. Luego de dudar y vacilar unos
instantes me aproximé cauteloso hacia la puerta. La condenada sombra y su fatal
influencia habían desaparecido»
«Me
tomó algunos minutos regresar en mí y tranquilizar los acelerados latidos de mi
corazón. Me apoyé en la pared y respiré forzosamente varias veces, en tanto
encendía la luz del cuarto adyacente y recorría con la vista su reducido
mobiliario. Nada había que se pareciese a la monstruosa figura que momentos
antes había vislumbrado, y esto no me ayudó en absoluto a calmar mis nervios.
Sin embargo dejé de sustraerme en ello, y acabé resignado hacia una memorable
maquinación de mi propia mente. “Quizás—, me dije a mi mismo— ya he escrito
demasiado”»
«El
dolor punzante en mis manos reforzó esta teoría, pero ni fue apenas capaz de
evitar que una gruesa capa de sudor se extendiera por mi frente cuando oí el
sonido definitivo. El sonoro rechizar de las ruedas de la silla desplazándose
sobre la madera. Me di la vuelta a punto de sufrir un infarto y me encontré
cara a cara con la visión inefable de una bestia desconocida. Con un monstruo
demoníaco salido del más profundo de los avernos. Incapaz de soportar esa aparición
por más tiempo, incapaz de comprenderla y mucho menos describirla, sentí que el
horror adormecía mi mente y mi cuerpo. Instantes después caí desvanecido»
«Cuando
desperté al cabo de algunas horas estaba completamente solo y afortunadamente
vivo. El día había iniciado hacia mucho. Compartía sus albos rayos sobre la
ciudad. Sin esperar más ni apenas reflexionar tomé todas mis escasas
pertenencias y me marché estremecido de ese lugar»