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Iago Ihüen
Iago Ihüen | Metropolitana de Santiago | 19/06/2021 12:07

Las alas de la medianoche


                «Una sombra extraña, matizada por la suave brisa del viento, apareció en el umbral de la puerta de mi cuarto cuando, al alzar la vista, hacia una pausa en mi jornada de escritura. Llevaba escribiendo cerca de tres horas, engolfado en una actividad por poco infructuosa, con un movimiento mecánico de mi mano y de mi brazo; inclinado suavemente hacia adelante, sosteniendo mi humanidad en una compleja postura con mi otro brazo encima de la mesa y la espalda encorvada, vi la hora y me asombré ante lo tarde que ya era. Medianoche. La hora en la que los fantasmas emergen del inframundo»

                «En esto estaba cuando, repito, mi atención se salió de los complejos escenarios fantásticos en los que se desarrollaba; de sus insípidos mares negros y desiertos de arenas rojas como la sangre, para caer en la silueta amorfa y abrumadoramente horrorosa que se extendía justo bajo el marco de la puerta. Pasé la mirada por la exigua decoración del muro vagamente iluminado por la menguante luz de la lámpara; aquella misma luz que proyectaba siniestras formas en derredor, que las hacia descender desde el techo en ondulantes movimientos; pero ninguna era tan sugestivamente espantosa como la que surgía extendida bajo el umbral»

                «Cerré mis ojos y los volví a abrir, en un esfuerzo por descubrir si lo que veía era cierto o no. Inmóvil me quedé y muy aterrado también por cuanto observé que tenía en su carácter general el familiar parecido de una persona, con la horrible excepción de unas características imprecisas —algo así como una gran aleta dorsal— y una cabeza inflamada y grotescamente grande en comparación a su cuerpo. Tales características, horrendas en su deformidad, aun me hacen estremecer tan solo recordar»

                «Hice caso omiso a la advertencia por demás extraordinaria de esta aparición. Me encomendé a Dios y volví a sumirme en mi concentrada labor de creación. Cerca de diez minutos pasaron. Entonces, de forma súbita y relampagueante un viento gélido, monstruoso y antinatural, como el que dos alas inmensas podrían provocar, me impactó con toda la fuerza de un huracán»

                «Asombrado, aparté con exaltación el descorrido velo del horror y me puse de pie, temblando, con la mirada fija en el umbral esforzándome patéticamente por parecer firme. ¿¡Quién anda ahí!? Exclamé horrorizado, con toda la potencia que mis afectados nervios me permitían. Sobrevino una corriente de intenso silencio, abrumador, tan potente que acrecentó de forma opresiva mi corroída sensación de terror. Tragué saliva y hube de apoyarme en la mesa. Luego de dudar y vacilar unos instantes me aproximé cauteloso hacia la puerta. La condenada sombra y su fatal influencia habían desaparecido»

                «Me tomó algunos minutos regresar en mí y tranquilizar los acelerados latidos de mi corazón. Me apoyé en la pared y respiré forzosamente varias veces, en tanto encendía la luz del cuarto adyacente y recorría con la vista su reducido mobiliario. Nada había que se pareciese a la monstruosa figura que momentos antes había vislumbrado, y esto no me ayudó en absoluto a calmar mis nervios. Sin embargo dejé de sustraerme en ello, y acabé resignado hacia una memorable maquinación de mi propia mente. “Quizás—, me dije a mi mismo— ya he escrito demasiado”»

                «El dolor punzante en mis manos reforzó esta teoría, pero ni fue apenas capaz de evitar que una gruesa capa de sudor se extendiera por mi frente cuando oí el sonido definitivo. El sonoro rechizar de las ruedas de la silla desplazándose sobre la madera. Me di la vuelta a punto de sufrir un infarto y me encontré cara a cara con la visión inefable de una bestia desconocida. Con un monstruo demoníaco salido del más profundo de los avernos. Incapaz de soportar esa aparición por más tiempo, incapaz de comprenderla y mucho menos describirla, sentí que el horror adormecía mi mente y mi cuerpo. Instantes después caí desvanecido»

                «Cuando desperté al cabo de algunas horas estaba completamente solo y afortunadamente vivo. El día había iniciado hacia mucho. Compartía sus albos rayos sobre la ciudad. Sin esperar más ni apenas reflexionar tomé todas mis escasas pertenencias y me marché estremecido de ese lugar»

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