En breve vuelvo a la calle
-¿Aló? Oe’, Crespo -Trenza me llama al celular-. Oye hermanito, quiero que saquemos unas weas en el super.
-Vale hermano -respondo-, ¿Vamos solos?
-No, hermanito, vamos con alguien más. Quiero hacer unos terremotos para una charla que van hacer en la U culia.
Voy con un bolso a lo deportivo a encontrarme con el Trenza. Ya veníamos de robar el fin de semana pasado, tenía la corazonada de que nos podían pillar. “Yo no voy a tomar hoy jueves, yo el viernes tomo. Apaño a este hueón y me voy a clases”. Eso es lo que pensaba mientras iba en la calle. Yo se lo dije, yo andaba con la mente, yo se lo dije.
Nos quedamos un rato afuera del lugar, lo cotidiano. “Quiero entregarle algo a la chiquilla, y por eso estoy acá. Después de clases te veni’ pa’ donde nosotros”, me dijo Trenza. De haber salido de clases, lo más seguro es que iba a llegar.
Llegaron las personas que nos acompañarían y entramos todos juntos. A mi amigo lo siguieron y nos separamos todos. Empecé viendo los refrigerados, luego hablé con la señora de las cecinas. Nadie cachaba una, hago la finta, todo piola, aunque el mismo guardia flaco de todos los días ya nos tenía en la vigilancia.
Estamos listos, yo estaba listo, tenía para irme, pero quise más. Agarro dos piscos y me dirijo a coctelería. Me ubico en el lugar opuesto del que la cámara apunta, el Trenza me tapa, echo los productos a un bolso ya lleno, el cierre no cierra, el cierre no cierra, va quedar la cagá.
-Oe’, hácela vo’, hácela vo’ -me dijo Trenza.
-No, hácela tú, hácela tú -le contesto.
Quedó la cagá.
El guardia me pesca el hombro, yo lo miro y acepto. “Oiga por qué se lo lleva”, reclama Trenza, yo me regreso a mirarlo con un cartel de “ya era”.
Me dirigen hacia una cortina de plástico, al atravesarla había una despensa y a mi derecha una escalera con un fierro largo que parecía sostenerla. Al rato llega un viejo de aproximadamente sesenta años, de barba, ropa indecente y aparentemente de calle. Nos amarran juntos en el fierro de la escalera.
-¿Por qué haces esto?, se nota que no eres así -me dice el viejo.
-No, si esto lo hice pa’ un amigo nomás -contesto.
-Ya, ¿y tu amigo dónde está?, ¿y tu amigo dónde está?
Mientras el viejo me abría la mente, el loquito también perdía la cordura. Hablábamos algo bien y de pronto me decía “oye, ¿querí un beso?” Y, como estábamos amarrados, yo lo corría y me iba al mismo lado. Yo tenía la mente en otro lado, me pillaron robando, pensaba, me pillaron robando.
Pasaron dos horas y el viejo quedó raja. Miraba mi muñeca, estaba roja por el contacto de la esposa compartida, cuando en eso aparecen dos pacos a sacarnos del lugar. Intentan levantar al vago y no pueden, ofrezco mi ayuda a cambio de cambiar las esposas y desisten, hasta que finalmente lo levantan.
-No quiero que me vean -le digo al paco.
-Agacha la cabeza y ponte el gorro, yo te llevo nomás -me responde.
Me llevaron como se los llevan a todos: cabeza abajo y mirando el piso. Vergüenza, sentí vergüenza. Sentí que estaba fallando a mis valores de crianza, eso fue lo que sentí.
***
El retén era chico y hediondo. Sólo veía al vago que estaba sentado junto a mí en un invento de banca de seis centímetros, mientras vamos en dirección a algún CESFAM a constatar lesiones.
Me bajo y me quitan las esposas, pa’ los pacos era más difícil lidiar con el viejo que conmigo. Mientras ellos trabajan intentando que el loquito no se escape, yo avanzo solo y espero mi atención. Camino con vergüenza, con mucha vergüenza, todos me miraban, las señoras me miraban, por primera vez sentí “lo que dicen los ojos”, así como dicen, fue brígido.
-Y él, ¿por qué está acá? -pregunta la doctora
- Por hurto -responden.
¿La atención? buena, no tenía lesiones, nada. En el instante observo una niña que está de paramédico, “a ella la conozco”, me dije, “la conchesumare”, pensé, me hago el hueón, ella me mira, no me reconoce, “que lata”, me repito.
***
-Flaco, te van a soltar a las dos -me decía el paco mientras me bajaba del retén-, te notai’ cabro joven, vo’ soy na’ que ver.
Llegué a la 3°comisaría, todo bien, me siento y doy mis datos. Eran las 00:30, le pasan los datos al viejo que aún seguía conmigo y nos separamos, lo hacen a un lado a una celda y a mi me llevan abajo. “Qué chucha”, me digo, “abajo llevan a los que van al otro día a juicio”. Me llevaron con otros locos, eran altos y gordos, estaban ahí por robar ropa en el centro.
“Estos longis culiaos no me la van hacer na’, según el culiao recién me dijo que me sueltan a las dos, no me la van hacermela”, me decía.
Me la hicieron.
-Hijo, sáquese los cordones -me dicen.
-¿Legal?. ¿Legal me van a dejar acá? -contestó rápido.
-Sí, usted robó sobre 25 lucas.
-Oiga, yo no robé eso -respondo sorprendido.
Eran como 20 lucas, empiezo a sacar cálculo. Dos piscos, siete más siete, catorce, más el ron, como 20 lucas, y para irme a juicio necesito sobre 25. Después supe que me tiraron 28 lucas, el guardia me pasó más plata. Claro, si la veníamos haciendo hace rato… Puta el hueón fome.
Tire mis cordones y mis pertenencias a una bolsa, en eso me bajan los pantalones para ver si tenía algo guardado entre mis partes. Quería puro irme. Bajé a una celda y me metieron con unos cabros de Coquimbo que estaban robando y los tenían ahí desde las dos de la tarde, eran buena onda los cabros. Estaban todos acostados cuando entré, éramos siete personas en un cuarto oscuro pasao’ a caca y orina. Yo me siento donde puedo y en eso los despierto.
-Oye flaco, ¿tení frío?, ¿querí dormir? -me pregunta uno de ellos.
-Sí, hermano -respondo.
-Ya flaco, toma -me extiende una manta de polar-, acuéstate, con esta wea nos acomodamos entre todos y dormimos.
Nos ponemos a conversar, les cuento que estudio al frente de la comisaría y que me dirigía a clases cuando se me ocurrió hacer lo que hice. Me ofrecieron su comida y conversamos mucho rato, no sé si habrán sido dos horas, o tres, uno ahí no sabe, es como una habitación del tiempo, onda como la del Gokú.
***
“Levántense, van a juicio”, gritan fuera de la celda mientras agarran a lumazos a un fierro. Nos levantamos con los cabros y viramos.
Me llevaron esposado en una perrera, los gendarmes te zamarrean mientras te hablan y te gritan mientras te mueven, y tú no puedes hacer nada porque estás encadenado. No sé por donde nos metieron, si era de madrugada y estaba todo oscuro, sólo entramos al Juzgado de Garantía y nos ponen contra la pared, nos tocan por todas partes y al momento una mujer se sienta y comienza a gritar los nombres de todos los que formábamos la fila, pidiendo nuestros datos. Grité mi nombre, me preguntan por qué vengo, “por hurto”, respondo.
Yo estaba en otra, yo estaba angustiado, yo pensaba que me iban a llevar preso. Me tiraron a otra celda, una celda más, ahora con gente que se iba a la cárcel. Los locos peleaban entre ellos, estuvimos mucho rato ahí, una hora, y yo sólo esperaba a que me llamaran. En esa me derivaron a una abogada, ni la vi, yo estaba en otra, yo juraba que me iba a ir en cana.
“Usted está por hurto, si lo vuelve a repetir se va detenido. Tendrá una orden de alejamiento al supermercado” me dijeron, me volvió el alma al cuerpo, sólo esperaba a que llegara la hora, aunque seguía preocupado, no confío mucho en lo que dice la gente.
Estuve una hora esperando y yo seguía con un loco que se iba pa’ dentro. “Qué chucha”, decía, “por qué sigo aquí”, me preguntaba. Llega uno de los loquitos que se iban en cana y sale llorando, “conchesumare”, seguía pensando, “Trenza te voy a sacar la conchetumare, te voy a sacar la chucha, si me meten te voy a sacar la chucha”, repetía.
Me llaman y entro encadenado al tribunal, veo a Trenza, estaba a primera hora sentado junto a la mamá de un amigo en común que, según él, encontró en la calle. Él me miraba con cara de preocupación, no me quería ni mirar. Yo aún seguía con la cabeza en otra parte, ni me fijaba en nada.
Me dictan la sentencia, lo mismo que me dijo la abogada.
Estaba libre, estaba libre. Me volvió el alma al cuerpo.
Voy a buscar mis cordones que estaban en una caja en otro lado y me voy, ya estoy libre, ya estoy afuera.
***
Pasaron casi 20 horas desde que salí de mi casa y ya estoy en la calle. La mamá de nuestro amigo que estaba junto al Tenza en el tribunal nos invita a comer a La Leonera, yo sólo sentía la necesidad de hablar con mi mamá. Llegamos al local, llega otro amigo y pedimos unas chelas cuando en eso le suena el teléfono al Trenza, era mi mamá tratando de ubicarme.
Contesto y llega la cerveza. No quería tomar, no quería nada, sentía angustia, quería ir a mi casa.
-Ya cabros -digo mientras me levanto- me viro pa’ la casa.
Le doy un sorbo y me voy.
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