Notificaciones Marcar todas como leídas
Aún no tienes notificaciones


Verena Castelblanco
Verena Castelblanco | Los Ríos | 10/07/2021 15:23


La moneda de Afrodita


Érase una vez, una chica llamada Emerald que se encontraba caminando por un camino de ripio, con unos árboles sorprendentemente coloridos debido a la estación de otoño y era por eso por lo cual había muchas hojas inertes en el suelo. Emerald, usaba un vestido de tonalidad pastel, destacaba por sus ojos turquesas y poseía un rostro angelical. Ella debía atravesar sí o sí el puente del bosque de Acuarelia porque del otro lado y a unos pasos más allá se encontraba la casa de sus abuelos, es decir, su destino final. Al llegar al puente de madera, sintió una ventisca diferente a las anteriores que había presenciado durante el camino, esta vez, esta ventisca parecía transmitirle algo que ella no podía entender. Sin embargo, tuvo una fuerte corazonada  y creyó que cruzando el puente algo cambiaría su existencia de por vida. Con miedo y con ganas de arriesgarse pisó la primera tabla del puente, miró hacia la laguna y hacia la vegetación, pero nada sucedió. Por lo tanto, siguió su camino cruzando el puente hasta llegar a la mitad de este y se detuvo pues al mirar hacia abajo vio algo brillante. Emerald se agachó en cuclillas para ver de que se trataba y no era nada más ni nada menos que una moneda dorada por lado y lado. Al rato, creyó que lo mejor era lanzar la moneda hacia la laguna debido a que en las películas siempre hacían eso. Aunque difería en que Emerald la lanzaría a una laguna y no a una fuente de agua, pero el objetivo era el mismo. Entonces se dio la vuelta, quedando de espaldas al pasamanos del puente, pidió su más grande deseo y lanzó la moneda sin más hacía la laguna. Escuchó como la moneda cayó al agua y se dio la vuelta otra vez para ver y sentir la paz que esa laguna ahora le transmitía. Al ver que definitivamente su acorazonada falló siguió su camino, debía visitar a sus abuelos más queridos.

Al rato, escuchó ruidos tras de sí, sonaba como pasos. Inmediatamente, ella se giró para ver quién era el responsable de tanto alboroto. Fue tanta su sorpresa al ver a un muchacho acercándose a ella, que aparentaba tener su edad, que era rubio como el sol y que era dueño de una sonrisa que le cubría la mayor parte de su atractivo rostro, mirándola de pies a cabeza y con unos ojos de enamorado, que Emerald lo creyó un sueño, una fantasía, una locura, pero si lo relacionaba con su deseo, entonces quizás todo podría tener sentido, ¿verdad? ¿Acaso lo que ella más anhelaba estaba por cumplirse?

Y como si el chico pudiese leer sus pensamientos, éste actuó por instinto puro. Él estaba vestido de forma casual con una camisa a cuadros y unos jeans, y sus pantalones se ensuciaron al arrodillarse frente a Emerald mientras sacaba una cajita de terciopelo que abrió y dejó ver un anillo de compromiso. Era de plata y tenía un corazón con una gema de jade.

—Oh querídisima Emerald, encantado de conocerte soy Gunther, el alma errante de la laguna que permanecía atrapado aquí— Hizo una pausa—. Tu deseo fue transmitido a través de la moneda de la diosa del amor, Afrodita. Es por eso, que yo, me comprometo a hacerte feliz y no pasarás penas conmigo, te lo juro.

Emerald estaba petrificada, si su deseo había sido transmitido eso significaba sólo podía significar una sola cosa.

—¿Podría ser posible que tú…?

—Exacto, Emerald. ¿Te gustaría casarte conmigo? —dijo con ensoñación el joven rubio que la veía como la mujer más hermosa de todas, la veía como aquel tesoro que siempre buscó pero que nunca encontró.

—Yo…yo…—dijo Emerald tratando de asimilar la proposición, pero se le escaba una sonrisa juguetona que no podía ocultar—Sí, acepto.

Así, Gunther y Emerald caminaron juntos por el puente de Acuarelia conversando de los preparativos para la boda. También, Emerald le contó que sus abuelos lo adorarían pues con su forma de ser los cautivaría en primera instancia. Ante eso, Gunther sólo pudo sentirse conmovido y con ganas de conocerlos cuanto antes.

Al rato, se escucharon palabras dulces para Emerald provenientes de la laguna, que seguramente era la diosa Afrodita manifestándose nuevamente.

—Que sean muy felices, Emerald y Gunther.

Emerald se detuvo y Gunther la observó. Ambos se sonrieron y Gunther quiso acortar la distancia entre ambos, Emerald comprendiendo la situación se lanzó a los brazos de él para que estuvieran más cerca y así poder concretar el gesto romántico. Después del beso descubrieron que el atardecer estaba cayendo muy lentamente y parecía que el tiempo se detenía, pero claramente no era así. Siguieron su camino, pero no solamente hacia su destino, sino que también seguirían su propio camino que les permitiría encontrar la felicidad. 

Si deseas comentar debes estar conectado a tu cuenta.