Bajo el ocaso.
El sol pasaba detrás del cerro, se escondía como queriendo huir y no le culpo, yo también quería hacerlo, pero en ese momento lo odié porque se la estaba llevando a ella y con ella se iba una parte de mí. Quedé pasmado, como un segundo plano el arrebol se esforzaba por embellecer tan desgraciado paisaje que empeoraba con los segundos. Volteé, una risa que pareció desgarrar mi garganta escapó de mis labios y las lágrimas marcaron los caminos que hasta hace un tiempo habían olvidado, no así que conocían de memoria.
Finalmente, ella desaparecía dejando en su lugar el sonido de sus tacones y el aroma del perfume de lavanda que le regalé, en mi mano la sortija de un enamoramiento precoz parecía quemar. ¿No obstante, qué quemaba?, si desde un inicio nunca hubo nada.
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