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Dillman Andreu
Dillman Andreu | Biobío | 27/04/2022 11:43


Magdalena


  Al destrancar el cerrojo oxidado de la gran puerta, una corriente fría me subió por la espalda hasta la nuca. El golpe del cerrojo, resonó como un aplauso metálico en la caja de las escaleras. La casona había sido vigilada durante días y no registraba movimiento, ni signos de estar habitada, aun así, lentamente, y mientras abría la puerta que chillaba al raspar con el piso, me llevé la mano derecha bajo el brazo izquierdo, y desabroché la sobaquera de mi revólver, extrayéndolo rápidamente. Encendí  la linterna de mano y la adosé al arma disponiéndome a disparar frente a cualquier agresión. Ilumine en movimientos cortos y veloces cada muro y también el cielo tipo catedral de la buhardilla. La habitación única del tercer piso, desprendía tal hedor a carne muerta, mierda humana y humedad  que debí contener la respiración, mientras examinaba el lugar. Las paredes cubiertas por una espesa capa de hongos negros producidos por la condensación invernal, estancaban el aire  haciéndolo tan espeso, que podía palparlo frotando entre sí las yemas de mis dedos. Avancé tres pasos sigilosos en dirección hacia la única ventana, cubierta por una cortina negra engomada clavada a la pared por todos sus ángulos, impidiendo de aquella forma la más mínima filtración de luz solar. Sin instalación de focos eléctricos al interior, y la puerta sellada por fuera, por unos segundos me Imaginé a la niña perdiendo gradualmente la noción del tiempo en la eternidad de las noches y experimentando el pánico de un  condenado que se sabe inocente. Enfunde nuevamente mí  arma y con una evidente ira producida por la impotencia del fracaso, arranqué de cuajo la cortina; la habitación pareció estallar en fulgor.

 24 meses han transcurrido, desde que el caso de la desaparición de Magdalena Montenegro, llego a mi escritorio. Nunca hubo un secuestrador que pidiese recompensa por la niña, ni motivos de venganza hacia los padres, que fundamentaran un secuestro. La hipótesis más cercana guardaba relación con el preocupante aumento del tráfico ilegal de órganos en el país. Las cámaras de vigilancia que cubrían el  balneario de Reñaca en que Magdalena  veraneaba junto a sus padres y hermanos, captaron movimientos irregulares de un hombre que rondaba por la orilla de la playa, siempre cerca de  niños y niñas que estuviesen jugando solos. Las grabaciones tienen registros de aquel extraño hombre robusto vestido completamente de blanco, hasta las quince treinta horas de aquel día fatídico, es decir, un cuarto de hora exacta previo a  la desaparición de Magdalena. 


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