Magdalena
Al destrancar el cerrojo oxidado de la gran
puerta, una corriente fría me subió por la espalda hasta la nuca. El golpe del
cerrojo, resonó como un aplauso metálico en la caja de las escaleras. La casona
había sido vigilada durante días y no registraba movimiento, ni signos de estar
habitada, aun así, lentamente, y mientras abría la puerta que chillaba al
raspar con el piso, me llevé la mano derecha bajo el brazo izquierdo, y
desabroché la sobaquera de mi revólver, extrayéndolo rápidamente. Encendí la linterna de mano y la adosé al arma disponiéndome
a disparar frente a cualquier agresión. Ilumine en movimientos cortos y veloces
cada muro y también el cielo tipo catedral de la buhardilla. La habitación
única del tercer piso, desprendía tal hedor a carne muerta, mierda humana y
humedad que debí contener la respiración,
mientras examinaba el lugar. Las paredes cubiertas por una espesa capa de
hongos negros producidos por la condensación invernal, estancaban el aire haciéndolo tan espeso, que podía palparlo
frotando entre sí las yemas de mis dedos. Avancé tres pasos sigilosos en
dirección hacia la única ventana, cubierta por una cortina negra engomada
clavada a la pared por todos sus ángulos, impidiendo de aquella forma la más mínima
filtración de luz solar. Sin instalación de focos eléctricos al interior, y la
puerta sellada por fuera, por unos segundos me Imaginé a la niña perdiendo gradualmente
la noción del tiempo en la eternidad de las noches y experimentando el pánico
de un condenado que se sabe inocente.
Enfunde nuevamente mí arma y con una
evidente ira producida por la impotencia del fracaso, arranqué de cuajo la
cortina; la habitación pareció estallar en fulgor.
24 meses han
transcurrido, desde que el caso de la desaparición de Magdalena Montenegro,
llego a mi escritorio. Nunca hubo un secuestrador que pidiese recompensa por la
niña, ni motivos de venganza hacia los padres, que fundamentaran un secuestro.
La hipótesis más cercana guardaba relación con el preocupante aumento del
tráfico ilegal de órganos en el país. Las cámaras de vigilancia que cubrían
el balneario de Reñaca en que
Magdalena veraneaba junto a sus padres y
hermanos, captaron movimientos irregulares de un hombre que rondaba por la
orilla de la playa, siempre cerca de niños y niñas que estuviesen jugando solos.
Las grabaciones tienen registros de aquel extraño hombre robusto vestido
completamente de blanco, hasta las quince treinta horas de aquel día fatídico,
es decir, un cuarto de hora exacta previo a la desaparición de Magdalena.
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