Una década al atardecer
El dócil y tibio aire de verano rozaba las telas que cubrían su piel. Las nubes eran el techo, el césped, libre y salvaje, abandonaba su libertad para ser cama de la dulzura de la vida, lecho de una mente ilimitada en su imaginario.
Flores y hierbas mezclaban su esencia con el dulce sudor de sus sienes.
Furtivo recuerdo de un día en que la niñez se encontraba con el mundo sin intención de buscarlo.
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