La pregunta
Recuerdo el sonoro dulzor de la lluvia cayendo sobre las
latas de zinc, cuando le pregunte a mamá ¿el por qué la abuela no me quería? Ella detuvo bruscamente los preparativos
del almuerzo; se dirigió hacia mí y con lágrimas en la voz me invitó a realizar
entre sus brazos un breve viaje.
Mi pequeña, la abuela, sí te quiere, pronunció. En ese preciso momento, florecieron líneas en su rostro; líneas que no se marcharon, sino por
el contrario, desde ese día invitaron a otras a quedarse en la piel de esa insigne mujer. También, algunos rebeldes cabellos blancos osaron marcar la diferencia entre los demás. Pero,
la voz de mi mamá, interrumpió estas inocentes observaciones.
Tu abuela, siendo tan solo una niña, sufrió la pérdida de
sus padres. Vio pasar riéndose cruelmente a la niñez, porque tuvo que marchase a Santiago, el primer viaje de su
vida; amargo viaje que la obligaba a trabajar.
Mi corazón preguntaba ¿el por qué nadie le regaló una muñeca?, ¿le podré regalar la mía?, ¿sabrá jugar?, ¡yo quiero jugar con mi
abuela! La voz, con tintes amargos, continúo sin responder a mis pensamientos. A los quince años,
por segunda, vez el abandono la visitaba pues el hombre que amaba, al enterarse
que estaba creciendo en su pancita un niñito, se esfumó. Nunca más la buscó el
uniforme verde, aquel que en meses anteriores le había jurado ante la bandera honra
eterna a su amor. ¿Las personas se esfuman?, ¿serán magos?, ¿por qué el hombre
verde no quiso visitarla más, si ahora tenía junto a ella un regalo? En este punto, la sabia madre se adelantó diciendo que no todos en este mundo cultivaban un corazón sincero para amar, que por tal motivo, había que tener precaución
cuando se entregaba el cariño. Endureció el rostro, mas no detuvo sus palabras.
Tu abuela, con quince años y sola en la gran ciudad, se
vio obligada a dejar su niñito en brazos de otra familia; familia que ofreció
el cuidado mientras ella ahorra dinero para volver por él. Otra mentira en su
vida. Los años pasaron mi niña…Cuando por primera vez tu abuela se sintió
feliz, la viudez se quedó a vivir a su lado junto a sus cinco hijos. Amalia, la abuela te quiere. Alcancé
a ver que rodaban intrépidas lágrimas. Sin comprender la revelación presenciada,
la abracé retomando el mundo de las muñecas y mi madre, continúo su mustio
trabajo con las ollas.
En la misma cocina y, treinta años después, le he dicho decididamente
a mi madre lo mucho que he querido a la abuela. Esta vez rodaron lágrimas en
compañía de un abrazo que alcanzaba a rodear su corazón, el mío y el de mi abuela que,
sin duda, nos acompañaba entre el vapor del exquisito almuerzo de ese día.
Gretel Carter
2