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Cuando escucho a mis padres hablar del once siento una angustia inmensa y en mi mente se proyectan mil imágenes de sucesos que no viví pero que extrañamente siento propios. En sus arrugas veo el horror y en sus cicatrices los golpes que recibieron, reciben y seguirán recibiendo por parte de los sin memoria. En sus pies veo el cansancio de los que tuvieron que correr, escapar y esconderse para no morir. Tengo suerte y los veo, pero hay tantas y tantos que solo pueden ver fotografías que se resisten al tiempo y en ellas los rostros jóvenes de aquellos que un día DESAPARECIERON.