LIMBO
He vaticinado dos sucesos
importantes en mi vida. El primero, se relaciona al terremoto del 2010
observando el rostro afligido de la Virgen María abandonada en una maltrecha gruta y, el
segundo, febrero del 2020 mirando la desgracia viajando a través de las flores
y el atardecer. Por supuesto, alguien dirá que este punto era un elefante negro;
elefante, curiosamente, no divisado por cazadores furtivos.
Aterricé en marzo, sin paracaídas.
Nuevos “desafíos” pedagógicos, algunos de mi agrado; otros, simplemente,
resultaron desconcertantes. No dije nada, pues estudié toda la Enseñanza Básica
y Media en el Liceo donde trabajo, desde que egresé de la U, este ha sido mi “hogar”,
o eso he querido creer. Por amor, silencié la molestia. Iniciaba la primera
semana de clases oficiales, y no comprendía mis funciones: clases de Lengua y
Literatura, electivo Argumentación y Participación en Democracia, Religión
Católica y, además apoyo al Departamento de Orientación y Equipo de Convivencia
Escolar. Una certeza era evidente: me convertía en fantasma. Mi identidad
laboral se escabullía en medio de una pequeña sala de profesores.
Segunda semana, marcada por los
primeros casos confirmados de coronavirus, no hay preocupación desde la lejanía,
es un invento para frenar el estallido social, es la represión que ha regresado, escuchen a Salfate,
risas, risas, risas…siempre hemos funcionado así. Entre todo esto, el comentario
gracioso de los compañeros de trabajo acerca de las recientes vacaciones. Dos
profesores visitaron Brasil, más risas. Luego de unos días, uno de ellos comenzó
a manifestar síntomas de resfrío. Le recomiendan ir al consultorio
(establecimiento que se encuentra literalmente pegado al Liceo). Recreo, risas…él
no regresa. Por la tarde, se anuncia la suspensión de clases presenciales por brote
de Covid en Chillán, (golpe de nostalgia al escribir, ya son cuatro meses sin
ver sus calles). Hay noticias del profesor, tiene que esperar el resultado del
examen, nos advierte por mensajería que es un procedimiento doloroso. ¡No
imaginábamos qué tan tormentoso sería! (Dio negativo, afortunadamente, no se
escuchan las risas).
Así nos sorprendió la
modalidad online. El recibimiento no es grato, ¿será porque no contamos con los
recursos necesarios? Estudiantes en “situación de vulnerabilidad”, ¡qué termino
más escabroso para definir la pobreza! Palabra hasta entonces, invisible a los
ojos de las autoridades de nuestro país y para muchos chilenos como Pietá y
Meyer. Lo peor no tarda en llegar: la muerte de familiares que arremete a estudiantes
y funcionarios. Profesores, desconcertados, ilusionados, abatidos, reinventados
y vilipendiados Yo, en el limbo.
Vivo con mi madre, quien
ha batallado un cáncer (¡qué fuerte sensación escribir por primera vez esas
líneas!), soltera y sin hijos (esta condición es extraña para los demás), mi
corazón ocupado por un “pololo” a distancia, siempre a distancia. Se organiza el Liceo, a paso de tortuga; transcurre
el tiempo a cámara lenta, en blanco y negro. De repente, Hitchcock, con sus
pájaros negros en plenitud: vacaciones estresantes de invierno en abril, cajas
de mercadería insuficientes, debemos organizar beneficios internos para ayudar
a la comunidad, entrega de material a
cargo del Inspector General, apoderados que exigen, docentes flojos, flojos,
flojos…la responsabilidad recae por completo en la educación o la falta de ella
en situaciones que nos son ajenas. Vagabundeo en el limbo. Envío de información
en la nueva plataforma: guías, lecturas, oraciones, tareas motivacionales,
nuevo enfoque emocional, demasiadas reuniones vacías, dicen que vamos bien,
pero no sé por qué no creo. No hay retroalimentación, los estudiantes en su
mayoría no cuentan con acceso a la globalizada Internet. Hoy, agradezco
consternada el pan, el trabajo, mi madre, hasta el casi medio amor, agradezco
la amistad; todo esto ha florecido en medio de la incertidumbre diaria, ya no
deseo pronunciar “aquel nombre” porque el lenguaje crea realidades.
Estoy cansada, busco
alivio en los libros, me sumerjo en la historia de “Mapocho”, es que las clases
virtuales y la pobreza no se llevan bien. Escucho: “deberían volver”,
“profesores en y a terreno”, “profesores”, “profesores”, “profesores”…
Yo, transito entre el óbice mundial y el sempiterno,
limbo.
Gretel
Carter
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